Vive NW
Han pasado poco más de 10 meses desde que se anunció el primer caso de COVID-19 en Estados Unidos, casi un año de miedo, devastación económica y miles de personas muertas.
El martes, una mujer británica de 90 años se convirtió en la primera persona en el mundo en recibir una vacuna contra el coronavirus clínicamente autorizada y completamente probada.
Ese mismo día, la Administración de Drogas y Alimentos estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés) confirmó que la misma vacuna, fabricada por los gigantes farmacéuticos Pfizer y BioNTech, es segura y tiene una efectividad del 95 por ciento, por lo que se esperaba que en cualquier momento fuera aprobada por las autoridades de salud a nivel federal.
De ser así, se estima que este fin de semana los primeros estadounidenses deberían estar recibiendo la vacuna. Sin embargo, mientras eso sucede, miles de personas siguen infectándose y muriendo todos los días en Estados Unidos y el resto del mundo.
Más de 200 mil personas están dando positivo en la prueba del coronavirus diariamente, según datos de la Universidad Johns Hopkins. El total nacional de infecciones superó los 15 millones este martes y el número de personas fallecidas por el virus asciende a casi 285 mil en el país, lo que supone el 18.4 por ciento de las muertes alrededor del mundo.
Con un promedio de siete días de 2 mil 249 muertes, el país rompió la marca anterior de 2 mil 232 establecida el 17 de abril, en las primeras semanas de la pandemia. Los promedios de siete días dan una imagen más precisa de la progresión del virus que los recuentos diarios de muertes, los cuales pueden fluctuar y disfrazar la línea de tendencia.
Las autoridades de salud a nivel nacional advierten que es muy probable que el número de fallecidos rebase los 300 mil antes de que termine el año. De hecho, el doctor Anthony Fauci, principal experto en enfermedades infecciosas del país, advirtió que es probable que la próxima semana experimentemos un despunte relacionado con las reuniones que la gente tuvo para celebrar el Día de Acción de Gracias.
Ciertamente la vacuna representa una luz al final de este largo e intimidante túnel, pero la alentadora noticia de la vacuna debe tomarse con su debida reserva. Si queremos llegar al final del túnel con mayor rapidez, es indispensable no dejar de usar el cubrebocas.
Estamos en un momento crítico en el que cuanto más nos pongamos las máscaras y mantengamos nuestra distancia, más rápido será que las vacunas finalmente terminen con la pandemia; pero si hacemos lo contrario, más largo será el proceso para volver a la normalidad.
La gente debe considerar que las vacunas no son infalibles. Aunque un 95 por ciento de efectividad es excelente, el 5 por ciento de las personas seguirán siendo vulnerables ante el virus, incluso poniéndose la vacuna. Además, todavía están por verse los efectos secundarios que pudiera tener el ‘antídoto’.
Faltan datos para saber si las primeras vacunas contra el coronavirus reducen la transmisión. Los ensayos iniciales fueron diseñados para rastrear cuántas personas vacunadas se enfermaron con COVID-19, no para probar si las vacunas evitan que el virus se propague de persona a persona.
De acuerdo con expertos en salud, cuando se trata de acabar con una plaga, incluso las vacunas más eficaces tienen sus limitantes. Un factor mucho más importante para determinar la duración de la pandemia –y el número de víctimas que cobrará hasta que esté bajo control– es la amplitud y rapidez con que se propaga el virus cuando comienza la vacunación.
Así pues, la realidad actual nos dice que no hay suficientes datos para demostrar que esta primera vacuna reduce la transmisión. Además, la mayoría de la gente en Estados Unidos tardará varios meses antes de poder vacunarse. De ahí la importancia que la gente siga enfocándose en utilizar cubrebocas y guardar distancia, pues por ahora ésa es la mejor forma de controlar la propagación del COVID-19.
Lo que podemos concluir por ahora es que para volver a algo parecido a la normalidad, no podemos apoyarnos solo en las vacunas. Es la gente la que tiene el poder de determinar qué tan rápido se propaga el virus y cuántas vidas se pueden perder antes de que todo esto termine.
La respuesta es relativamente sencilla: por ahora y hasta que no haya datos más precisos sobre la efectividad de la vacuna, debemos seguir usando el cubrebocas.
Alejandro Cortés